Estos días, Ryanair ha atacado a los controladores aéreos porque, a su juicio, se han excedido en la paralización del aeropuerto de Mallorca con motivo de las tormentas que azotaron Baleares (Ryanair acusa a los controladores de bloquear el aeropuerto de Palma de Mallorca).
No voy a entrar en si la acusación era correcta o no, aunque sí hemos visto que muchas personas críticas con Ryanair por otros motivos le han dado la razón. Es igual, porque no quería hablar de ello y no tengo elementos de juicio.
Mi pregunta es dónde están los directivos de todas las demás aerolíneas.
Porque alguna habrá que tenga la misma impresión que Ryanair respecto de lo que pasó este jueves; a alguna otra este celo de los controladores le habrá perjudicado notablemente. Y si no es el celo de los controladores, será la subida de tasas de los aeropuertos o las huelgas de los controladores franceses, que estas sí están demostradas y son ciertas.
Sin embargo, nunca jamás un directivo de una aerolínea, salvo de Ryanair, abre la boca. ¿Por qué? Pues muy simple: porque no va con él. O con ella. Va a ganar lo mismo y si la compañía va un poco peor no es su problema. Por eso, mejor callar y a otra cosa. Es una actitud que no le obliga a implicarse. Y si no se implica el directivo, no espere usted que de él para abajo alguien se tome aquello un milímetro más allá de lo que le pagan.
¿Entendemos por qué Ryanair es la líder en Europa? Porque no se puede tener una compañía cuyos directivos se limitan a hacer lo que les han encargado sin ir ni un milímetro más allá y pensar que pueden exprimir el negocio al máximo. Cuando en una compañía todo el mundo se relaja, pues las cosas van como van.
Ese es el mérito indiscutible de Michael O’Leary: con cerca de 600 aviones, siendo líder, tiene el pleno control de lo que ocurre en Palma, sabe qué tarifa le aplica el aeropuerto de Charleroi y arremete contra el gobierno portugués porque no terminaba por escoger dónde hacer el aeropuerto de Lisboa. Los demás, mientras tanto, callan. Y cobran.