De una punta a otra de España podemos encontrar preciosas playas de todos los tipos, desde pequeñas calas de suelos rocosos a largos arenales que se pierden en el horizonte. Uno de los destinos nacionales que destaca por sus bellas costas es Galicia, donde encontraremos playas tan fantásticas como las de las Catedrales, Lanzada, Carnota o Laxe.
Sin embargo, si buscamos rincones menos masificados, podemos dirigirnos a la ría de Muros y Noia, donde encontraremos arenales que quedan fuera del radar de muchos bañistas.
Espiñeirido

Este mágico arenal virgen de mar abierto es perfecto para meterse de lleno en la práctica del surf o de recorrerlo de un extremo al otro completamente absorto de ver como el viento juega con el oleaje y agita las zonas verdes que lo rodean.
Da Lagoa

La playa da Lagoa forma un conjunto con Basoñas y Areas Longas, que conforman lo que se conoce como ‘Lagunas de San Pedro’ (perteneciente a la Red Natura 2000). Recorrer sus sinuosas dunas salpicadas por lagunas es un placer que merece la pena ser disfrutado.
Testal

Una media luna de arena dorada enmarcada por colinas cubiertas de pinos y eucaliptos. Es obligatorio caminar hasta el mirador de Testal, con vistas panorámicas de la ría. También fotografiar las barcas tradicionales varadas en la orilla, con sus redes secándose al sol. Como no, es recomendable buscar el pequeño arroyo que desemboca en la playa, creando estampas de agua dulce y salada.
Mexilloeira

Esta playa emerge como un auténtico tesoro para quienes buscan paz y belleza en estado puro. Con su forma de media luna y unos 250 metros de longitud, este arenal de aguas cristalinas y oleaje tranquilo es el refugio perfecto para escapar del bullicio. Lo que hace especial a esta playa es, precisamente, lo que la mantiene en el anonimato: un acceso que requiere cierto espíritu aventurero. A diferencia de sus vecinas más concurridas, llegar hasta aquí implica recorrer un pequeño camino, un detalle que frena a muchos, pero que recompensa con una ocupación bajísima incluso en pleno verano. Y el encanto no termina en la arena. Dos columpios artesanales, colocados estratégicamente frente al mar, invitan a sentarse, mecerse y perder la mirada en el horizonte.