La bimilenaria ciudad de León -fundada en el siglo I a.C., en tiempos del emperador Galba, que llegó a ser sede real de la Corte de Asturias y León en el siglo X-, guarda en su casco antiguo, protegido por murallas romanas y medievales, … numerosos lugares de referencia para el viajero como la Colegiata y Museo de San Isidoro -Panteón Real con la Capilla Sixtina de la pintura románica-, el Parador de San Marcos -antes monasterio, erigido por los Reyes Católicos-, los palacios del Conde Luna, el de Alfonso VII -restos de un torreón del siglo XII-, el de las Guzmanas, o la gaudiana Casa Botines. Pero entre todos destaca el primer edificio declarado Monumento en España que además es Patrimonio de la Humanidad: la Catedral de Santa María de Regla.
La tercera gran sede gótica de la Corona de Castilla fue construida en el siglo XIII, sobre antiguas termas romanas, durante el obispado de Martín Fernández y el reinado de Alfonso X de Castilla. Diseñada por el maestro Enrique y el maestro Pérez a semejanza de las catedrales franceses de Reims y Chartres, se trata de un templo de 90 metros de largo, 30 m. de ancho y 30 m. de altura. Consta de tres naves -divididas en cinco tramos-, cubiertas por bóvedas de crucería cuatripartita, que posee triforio, gran crucero y girola con capillas absidiales.
En el exterior destacan las dos torres asimétricas, levantadas en el siglo XIV y XVI, de más 60 m.de altura; los pináculos, arbotantes y contrafuertes desde donde se asoman numerosas gárgolas; la portada principal, dedicada al Juicio Final y la Virgen Blanca, en la que aparecen bienaventurados y condenados llevados por demonios a calderas con agua hirviendo, siendo devorados por tres monstruos; y la figura del rey Salomón con la inscripción Locus Appellationis, el lugar desde donde el rey impartía justicia.
En el interior, el singular coro, del siglo XV, de madera de nogal, con escenas lujuriosas de monjes; el llamado Topo, exvoto de un caparazón de tortuga laud, marcado por numerosas leyendas; y en el altar mayor, el arca con las reliquias de San Froilán, patrón de León. Pero si por algo es única la catedral leonesa es porque en ella se llevó al extremo la desmaterialización de la piedra, la reducción de los muros a su mínima expresión, sustituidos por vidrieras, creando un summum lumínico que pocos saben que guardan el secreto y están relacionadas con la ‘Piedra Filosofal’ de los Alquimistas y la Alquimia.
Vidrieras, Nicolás Flamel y la ‘Piedra Filosofal’
Cuenta la tradición y leyenda que en el siglo XIV el copista y librero francés Nicolás Flamel adquirió un extraño libro con caracteres desconocidos en una librería parisina. Pasó el tiempo y como nadie era capaz de descifrar los enigmáticos signos y símbolos que tenía el manuscrito, Flamel decidió emprender el Camino de Santiago en busca de respuestas.
Peregrinó a Compostela y, a su regreso, paró en León donde conoció a un judío converso llamado Canches quien le tradujo e interpretó la obra en la que se desvelaban las claves y secretos, entre otros, de la ‘Piedra Filosofal’. Fue así como Flamel empezó a trasmutar el plomo en oro -como dejó escrito en su libro ‘Libro de las figuras jeroglíficas-, convirtiéndose en el patrón de la Alquimia y los Alquimistas. Una leyenda y secretos que, desconocidos por muchos, están escondidos en los más de cien símbolos alquimistas que hay cincelados en la catedral pero, sobre todo, en los 1.800 metros cuadrados de vidrieras que hacen que el templo leonés sea único en el mundo.
Dichas cristaleras fueron realizadas en los siglos XIII y XIV y de sus creadores nada se sabe. Setecientas treinta y siete vidrieras que generan una explosión de luz y color, así como un rosario de sensaciones que sobrecogen y fascinan al visitante, situados en un alarde piedra de 90 m. de largo, 48 m. de ancho, a 30 m. de altura y repartidas de la siguiente forma: 125 ventanales, 57 óculos y 3 grandes rosetones en las tres portadas. Todo ellos colocado con estratégica precisión y simbolismo.
En el suelo, las que hacen referencia a la Tierra: la del centro, con escudos nobiliarios y la vida de santos, representando a la nobleza ante Dios; y en la alta, pasajes bíblicos que narran la grandeza de Dios, de la Iglesia y sus Santos. También llevan mensajes didácticos y evangelizadores para aquella sociedad que no sabía leer ni escribir, con escenas que cobran dinamismo con la luz solar, convirtiéndose en un ‘cine medieval’ y que eran tomados como ‘milagrosos’, ya que en el medievo existía la creencia de que la luz filtrada curaba enfermedades.
Vidrieras, además, ‘alquímicas’. Entre todas, el viajero encontrará dos que señalan el mundo alquímico catedralicio: una mujer vestida de verde con la inscripción Sol-Ra, de reminiscencias egipcias, el país donde nació la Alquimia, y otra más fascinante, la representación de Simón ‘el Mago’, patrón de los Alquimistas.
Vidrieras en el interior de la catedral
Y es que se nos ha olvidado que aquellos canteros vidrieros eran auténticos alquimistas. Transformaban la materia con el fuego. En un proceso ‘mágico’ de arena y ceniza, calentada en un recipiente con otros materiales a una temperatura determinada, obtenían un material traslúcido, el vidrio, al que le daban grosor y color gracias a los pigmentos que obtenían de plantas y minerales. Eran capaces de crear un caleidoscopio de colores: rojos, azules o amarillos (este último era el resultado fallido de intentar convertir el nitrato de plata en oro). Y lo más sorprendente, hoy no podríamos reproducir los mismos colores.
Una máquina alquímica espiritual
La Catedral de León sería, es, en sí misma, la Piedra Filosofal. A pesar de que estuvo a punto de venirse abajo hace más de doscientos cincuenta años por un incendio, sigue ahí, majestuosa, como suspendida en el aire en lo más alto de la ciudad, persistiendo al tiempo y los tiempos, como un faro, dando luz.
En ella trabajaron generaciones de maestros constructores medievales, quienes crearon una máquina de espiritualidad, una caja de resonancia de energías, un caleidoscopio de luz. Gracias a los modernos canteros, pudo renacer tras su particular paso por el atanor alquímico. Y con ella, sus vidrieras, que continúan iluminando la vieja capital del antiguo reino que, como ya describieron cronistas alemanes medievales, posee «todos los colores de los amaneceres y las puestas de Sol del Paraíso».
Así que amigo lector y viajero, no lo dude. Ponga rumbo a León. Es una ciudad diferente. En sus calles empedradas y amuralladas del casco antiguo, en las que conviven lo rural y urbano, se respira la magia de otro tiempo, la atmosfera medieval, y su catedral y vidrieras transmutan el espíritu de que quienes la contemplan, guardan mensajes secretos para todos aquellos que sepan ver más allá de lo evidente.